Quiero dejar claro al comienzo de este trabajo varias cosas:
Primero: Que el mismo, no versa sobre la homosexualidad, sino sobre el transexualismo, que son dos cosas muy diferentes.
Segundo: Que mi opinión sobre la homosexualidad es la de total aceptación y apoyo. Un porcentaje significativo de mis pacientes son gays y lesbianas, y el trabajo que venimos realizando es muy provechoso en el 90% de los casos, y salvo en alguna ocasión en la que me han solicitado que «cure» algún caso de homosexualidad, a lo que me he negado como es lógico, mi relación con ellos y ellas ha sido de plena colaboración.
Tercero: Nunca me han consultado por un caso de transexualismo directamente. Creo que he tratado a algún transexual, pero no puedo asegurarlo porque nunca me han revelado que lo fuesen, ni planteado dicho proceso, sino asuntos comunes a otras personas, que he ayudado a esclarecer con toda la profesionalidad de la que he sido capaz.
Cuarto: Mi posición al respecto no la tenía muy clara, así que he decidido informarme adecuadamente, y el resultado es este trabajo, en el que expongo todos los puntos de vista que he considerado relevantes en este tema.
Quinto: Informaciones que me han llegado, a través de conocidos y por la prensa, sobre la suerte dispar de varios transexuales que han completado todo el proceso de transformación, no me han ayudado precisamente a aclarar mi posición sino a crearme más dudas al respecto.
Así que comenzaré por trasmitir el resultado de mis investigaciones para acabar emitiendo mi opinión ya formada.
Sexo e identidad de género
La identidad de género es la convicción de ser hombre o mujer, sentimiento precoz y esencial. El sexo es innato, y el género adquirido. Existe, sin embargo, una interacción entre ambos; la sexualidad y el funcionamiento sexual, lo que se llama «psico-sexualidad».
Sin embargo, los transexuales hombres están convencidos de ser mujeres (género) a pesar de la anatomía (sexo), que no niegan. Su identidad de género está invertida.
La convicción de ser chico o chica está vinculada al sexo de asignación y no al sexo biológico. El conocimiento del sexo designa la realidad anatómica; la pertenencia al género supone la creencia de ser hombre o mujer. Existe, por tanto, una identidad de género precoz, inmutable y esencial a la personalidad, y el ponerla en duda provoca trastornos serios. La psicología es más importante que la biología y la imperfección anatómica no merma la identidad de género.
Transexualidad y biología
El transexualismo, o la identidad de género invertida es, para un hombre, la convicción de ser en realidad mujer. El transexual pide cambiar de sexo para estar en concordancia con el género que cree ser el suyo. La mayoría de ellos no tienen ninguna anomalía física, y sólo unos pocos son intersexuales, es decir, con características de ambos sexos.Pero el hecho de que dos gemelos idénticos criados juntos y que sólo uno de ellos sea transexual, pone en cuestión su determinismo biológico e incluso el psíquico. Aunque la biología desempeña un papel importante en la identidad de género como condición previa, no existe, sin embargo, una acción directa de la misma sobre la identidad genérica. La convicción de ser hombre o mujer corresponde al sexo de asignación, aunque no concuerde con el sexo biológico en el caso de los intersexuales. Pero en los transexuales, la asignación normal y la convicción parental (determinantes en los casos de anomalías) resulta inoperante. Por tanto, la identidad de género es aprendida, cómo sostiene Agnès Faure-Oppenheimer.
Desde la primera transformación de hombre a mujer exitosa de la historia, la de la danesa Lili Elbe en 1930, se ha vuelto bastante eficaz la intervención quirúrgica. La de mujer a hombre no lo es tanto todavía. Aunque en la mayoría de los países no está permitida, y a pesar de las molestias fisiológicas que acarrea, cada vez más hombres la solicitan.
Síndrome transexual
Pero han sucedido otros acontecimientos, como el descubrimiento del síndrome transexual, que ha llevado aparejado la necesidad de establecer los límites entre transexuales, travestis, homosexuales y ciertos delirantes con los que se confundían. Una actitud femenina y la petición de cambio de sexo no son suficientes para justificar el calificativo de transexual. La feminidad debe proceder de una convicción inquebrantable de pertenecer al género opuesto al sexo de asignación. El transexual no niega que es un macho y sabe que es biológicamente un hombre. Lo que niega es la adecuación entre su género y su sexo. La naturaleza se ha equivocado respecto al sexo, y la verdad es la del género contra la naturaleza. Stoller hace suya esta teoría y defiende su validez.
No suele darse más de un transexual por familia y generalmente suele ser el más joven. Su travestismo no suele ir acompañado de excitación sexual y comienza a la edad de dos años, e incluso antes. Sus ademanes, vocabulario y gestos son femeninos. orinan sentados y juegan a muñecas con niñas.
No resultan grotescos en su papel femenino sino tan naturales que parece innato. Son creativos, encantadores, inteligentes, atractivos, de fácil contacto y no psicóticos. No tienen fobias, salvo rechazo a su pene, del que se querrían librar. No niegan su anatomía masculina, pero quieren convertirse en niñas. Las madres los encuentran simpáticos y si van a consulta es por consejo de alguien ajeno a la familia.
Homosexualidad y bisexualidad
Los padres suelen estar ausentes y nunca se ocupan de ellos, empujando a los hijos hacia sus madres. Éstas suelen expresar bisexualidad: femeninas, pero con maneras de chico, queriendo ser como ellos en la adolescencia. Les cuesta tener pareja y las relaciones sexuales no las colman de satisfacción, de modo que no siente deseo por los hombres, más bien desprecio, incluido al marido con el que apenas conectan. A pesar de su componente homosexual y de haber querido ser niños, estás madres no son transexuales. Animadas por una reivindicación fálica y un deseo inconsciente de venganza, crean con sus hijos una relación particular y estrecha. Suelen estar con ellos constantemente y no se separan ni para dormir, ni para ir al lavabo, en una especie de estado de fusión sin límites.
Se diferencian de las madres de los homosexuales en que estas últimas tienen una actitud a la vez benevolente y de rechazo, al contrario que las madres de los transexuales, que no expresan rechazo, sino una perpetua solicitud. Tampoco crean una relación simbiótica con su hijo las madres de homosexuales.
En casi todos los casos englobados en este síndrome se repiten las mismas características y son de difícil «curación». Los que no cumplen alguna de ellas suelen tener un mejor «pronóstico».
La característica más relevante del transexualismo masculino es la excesiva identificación con la madre, quien no deja a su hijo que se separe de su cuerpo y de su feminidad, de la que él forma parte, siendo su intimidad total. Pero lo que realmente es relevante son las comunicaciones veladas e inconscientes entre ambos.
Simbiosis de género
El niño nunca ve desnudo a su padre, pero a su madre a menudo, teniendo un constante contacto con su piel, cuasi simbiótico, donde los límites se desdibujan. Pero no es una fusión psicótica sino feliz, sin agresividad, a pesar de los conflictos de la madre. La agresividad del niño hacia su madre es inexistente, hasta que aflora en la psicoterapia. Se llama «simbiosis de género», ya que el niño no se diferencia de su madre en nada, salvo en el género, la femineidad de la madre. Es una relación exenta de conflicto. Lo masculino es inaceptable para ambos, es un error, que se trata de reparar. No hay represión ni traumatismo; lo que hay es una lucha de la madre contra su delirio, que sería la fuente de ilusión del niño. Esta lucha y delirio son escasamente visibles.
Los transexuales no dan valor a su pene, y apenas se masturban, salvo con fantasías en las que se representan dotados de vagina. El transexualismo masculino adulto no puede tratarse, ni mucho menos cursarse. La convicción es inquebrantable. Stoller propone operar a los verdaderos transexuales, pero de forma prudente, empezando por hormonarles, luego dejándoles que vivan como mujeres, y finalmente transformarles si sus experiencias han sido concluyentes.
Se trata de que la gente viva lo menos mal posible, consideraciones morales aparte. Sólo se debe operar a los hombres que no hayan dado ningún valor al pene, que no hayan pasado por una etapa masculina, que no se hayan casado, ni hayan sido padres, ni hayan sufrido depresiones ni delirios.
El transexual operado busca la perfección de un ideal imposible de realizar: quiere ser una mujer, tener un ciclo menstrual y tener hijos. Su reivindicación es cada vez más fuerte y se ve condenado a buscar una confirmación de esa femineidad a la que tiende en vano. El miedo a ser descubierto es una angustia permanente.
Suelen ser irresponsables, impuntuales, faltan a las citas sin que esto les beneficie precisamente, pudiendo volver al de años a la cita pendiente como si nada. Salvo para la operación.
Terapia y desidentificación
Mienten constantemente, de forma pueril, se centran en los detalles en lugar de lo esencial. Sus relaciones son de corta duración, son inconstantes. No hay manera de que se avengan a un proceso terapéutico, no pueden llevar a cabo el vínculo, la alianza terapéutica. Tienen un contacto muy particular que se explica por la ausencia de relación con el padre y por la peculiar relación con la madre, por lo que sí se puede llegar a establecer una relación privilegiada, no obstante.
No llegan a disfrutar plenamente de su sexualidad aún después de la intervención, ya que se suele interponer el niño que fueron, su parte masculina descompensada no extirpada. El fantasma que les protegía contra la erección les impide ahora sentirse plenamente mujer. El recuerdo de una anatomía de macho no se puede eliminar con la operación. Se elimina la bisexualidad física pero no la psicológica.
La extraña cualidad del contacto del transexual y la ausencia de vínculo en la relación terapéutica se explica por el hecho de que la madre vive a su hijo como una prolongación de sí misma, sin dejarle vida propia. Se da una identificación primaria en una relación gratificante y exenta de agresividad entre ambos.
Las mujeres transexuales son mucho menos numerosas que los hombres. No experimentan odio por éstos ni rivalidad ni competitividad alguna con ellos.
Para que exista masculinidad en los hombres es necesario que se dé un proceso de «desidentificación» con la madre; a falta de ello la femineidad se instala. Lo mismo debería suceder con la hija y el padre, una desidentificación primaria con la madre y una identificación con el padre. En cierto modo así sucede, pero no tan evidente. Otra diferencia, es que el futuro de ellas es mucho más incierto, ya que no son tan perfectamente transformables en hombres como ellos en mujer. La ilusión no es tan perfecta, y el destino trágico a veces.
Travestismo y transexualismo
El travesti, en cambio, tiene una identidad masculina y valora su pene. Alterna el papel masculino y femenino y no tiene nada que ver con el transexualismo y si con el fetichismo, que oculta la angustia de castración. Su ideal de identificación es una mujer fálica. Después, una mujer próxima le feminiza vistiéndole de niña o proponiéndole un modelo femenino. Esta mujer suele estar celosa de los hombres, con una sería reivindicación fálica y sin encontrar su equilibrio en la homosexualidad. Su voluntad de venganza les hace atacar el sexo o género del niño. El padre es cómplice del castigo que soporta con pasividad.
La imposibilidad de cambiar de sexo a partir de los dos años y medio en los intersexuales, so pena de trastornos psicóticos, pone de manifiesto la importancia de la convicción del transexual. El niño desarrolla un ser macho (masculino) o hembra (femenino) precoz; si la imagen del cuerpo desempeña un papel en su constitución, el inconsciente parental prima sobre todas las demás influencias.
A la edad en que se constituye el núcleo de la identidad de género, el niño no vive conflictos intrapsíquicos. Por ello, sea adecuada o no al sexo, la convicción es a-conflictual. En el transexualismo los conflictos son los de los padres; el niño es sólo un efecto de sus deseos inconscientes.
La niña tiene que cambiar de objeto de amor o deseo, pero el niño tiene que cambiar de objeto de identificación, lo que resulta más peligroso. La formación de la identidad de género nuclear es en él menos firme que en la niña; el niño debe separarse de la madre para conquistar la masculinidad. Según Greenson, debe desidentificarse con ella. Para adquirir un estatuto de sujeto, el individuo debe separarse de su madre; para adquirir una masculinidad, el niño debe oponerse a la simbiosis de género que sostiene con la feminidad de su madre.
Angustia de simbiosis
Para que la masculinidad del niño se desarrolle, la madre tiene que incluir y reforzar actitudes llamadas masculinas en detrimento de todo lo que le parece femenino. El padre debe servir de modelo de identificación. Es importante lo que la masculinidad y femineidad representan para los padres consciente e inconsciente. Un rechazo excesivamente fuerte de la feminidad del niño puede llevar a una represión o a un rechazo excesivo, que reaparece en forma de envidia inconsciente o de desprecio a la mujer.
La fusión con la madre debe ser neutralizada; el niño puede temer no poder permanecer separado de la madre y no conservar su masculinidad. Su identidad está amenazada. Es la angustia de simbiosis, que es el miedo a no poder permanecer distinto de la madre. Debido a esta angustia, el niño erige una barrera contra su eventual deseo de fusión imaginando que la madre es mala y que la mujer es peligrosa, una bruja.
La angustia de simbiosis es una barrera contra la tendencia a fundirse y regresar. Permite la prosecución de la desidentificación y de la individuación, pues sin ella la femineidad correría el riesgo de persistir.
Este temor y amenaza que hace persistir la defensa contra la fusión conlleva otorgar a la mujer un misterio y peligro que pueden degenerar en repudio a la femineidad. Está amenaza también afecta a las mujeres, pero menos, ya que no afecta tanto a su identidad de género.
La masculinidad en el hombre se inicia con el abandono de la simbiosis feliz y peligrosa, nunca olvidada y siempre deseada entre la madre y el bebé. Este movimiento debe volver a empezar siempre pues los ataques contra la masculinidad son peligrosos y el deseo de volver a hallar esta simbiosis es una amenaza para la identidad de género masculino. La simbiosis en sí es peligrosa y nefasta si es excesivamente larga y gratificante.
En la mujer la envidia del pene es secundaria en relación a una femineidad primaria, y no constituye una amenaza para la femineidad. En cambio, el hombre tiene que erigir una barrera para protegerse de la envidia de la feminidad y de la simbiosis; la protesta viril y el repudio de la feminidad son los medios para ello.
Para J.-M. Alby, el transexualismo, desde un punto de vista psicoanalítico es un delirio circunscrito. Stoller sostiene que la convicción del transexual es una ilusión, es decir un error y una mala interpretación de la realidad, no un delirio definido como error redoblado por la construcción de una nueva realidad. Para Agnès Faure-Oppenheimer, la ilusión no implica necesariamente una realización, contrariamente a ciertas ilusiones delirantes; ahora bien, el transexual cuenta con dar cuerpo a esta Ilusión que en este momento estaría muy cerca del delirio.
Sostiene Winnicott que es necesario haberse ilusionado y haber creído en la omnipotencia para poder estar desilusionado. Cuando la ilusión perdiste se vuelve delirante, patológica, y el transexual persiste en su creencia.
Ilusión y delirio
El argumento de la ilusión contra el delirio no puede, en modo alguno, constituir una prueba de la ausencia de psicosis en el transexual. En cambio, para Stoller, el transexual no es psicótico, no delira, porque no niega su anatomía de macho, si no que pide una transformación de su sexo para que se adecúe a su género. Está claro que existe una incompatibilidad entre su yo, su identidad y su ser macho.
Pero es que el transexual rechaza su sexo de un modo radical para preservar su identidad. ¿Por qué es tan aterrador ser macho? El transexual rechaza su ser macho como una realidad vergonzosa y desagradable. No soporta tener una erección, y cuantos más deseos sexuales siente, más desea desembarazarse de su pene. Rechaza toda su sexualidad, incluso después de operado. Pero los fantasmas de su masculinidad reaparecen.
La creencia del transexual se expresa a pesar de su saber. En realidad, en el transexual, existe una creencia y una construcción. La negación se asienta en el nexo entre el cuerpo y el pensamiento, el sexo y la identidad de género. La percepción es para él inoperante; existe una negatividad, un trastorno del pensamiento, aunque lleve a cabo el nexo en relación a otro que no sea él. El rechazo del nexo queda sustituto por una creencia independiente de toda base. A la negación de la intrincación de sexo y de género y de la retracción de la realidad, se añade una creencia en la trascendencia del género, construcción de una nueva realidad, de una nueva ley. Estos dos movimientos complementarios corresponden a lo que Freud describió como psicosis.
Sin embargo, Stoller toma al pie de la letra al transexual y cree en una trascendencia del género impreso y de la identidad de género que se desprende de ella pura y simplemente. Paralelamente a esta negatividad que él lleva a cabo en su teoría, reconoce que existe un momento en el que la carencia y saber inconsciente crean «sentido». Reconoce un nexo, pero no puede elaborar lo que percibe.
Psicosis delirante
J. M. Alby cree que la castración pedida activamente es una anticipación para evitar una angustia más importante. Habla de psicosis. En el transexual se da una fijación a una imagen materna todopoderosa y la creencia mágica en la integridad de la mujer, por lo que parecería que sacrifica su masculinidad para proteger una fuerza todopoderosa.
Para Safouan el rechazo transexual de la masculinidad es psicótico y se trata de una psicosis sin delirio aparente. La castración está enquistada, no simbolizada, y aparece en lo real, esto indica, según él, la presencia del delirio y de la psicosis.
Los niños transexuales no han hallado nada en la madre que estructure su deseo, ni un no, ni una prohibición constitutiva; no hay pues posibilidad de entrar en razón. El transexual no asume la castración simbólica y rechaza la finitud sexuada. Proyecta en la naturaleza un error que corresponde a su propia imposibilidad de unir sexo y género. El cirujano es quien puede responder a una petición de lo imposible como si las leyes humanas no existieran. El deseo nace de lo incompleto, defecto que la madre del transexual no le ha permitido experimentar.
Hay psicosis en dos tiempos, el primero en el corte con la realidad, el rechazo de la masculinidad o la femineidad inculcada para el transexual. El segundo tiempo es el de una reconstrucción a costa de lo real, es decir la compensación de esta ausencia, la creencia en un género femenino separado del sexo. Existe una femineidad inculcada correlativa a una ausencia de masculinidad.
La convicción del transexual es delirante incluso si su feminidad carece de conflicto. Garantiza una suerte de omnipotencia. La convicción no es la consecuencia natural de la femineidad; índica la imposibilidad de someterse a una necesidad y de renunciar a la ilusión de omnipotencia. De este modo, para evitar enfrentarse a un defecto posible, a una finitud sexuada, el transexual reivindica un defecto real en forma de castración, precio que pagará por su omnipotencia.
Trauma anticipado
El traumatismo es visto aquí en negativo: se trata de algo que no se produce. Lo que tiene lugar es una simbiosis, una unidad extraordinaria. Lo no acontecido es aquí la desidentificación del género de la madre que el niño no lleva a cabo.
El contacto excesivo con la madre no habría producido trastornos genéricos: el niño no sabría dónde están sus límites, sino en el registro del género. Carece de hostilidad y es feliz según Stoller. ¿Pero cómo se hallaría exento de agresividad un niño que ha podido pasar por la etapa de separación e individuación descrita por M. Mahler?
En el transexual no hay asunción de bisexualidad ya que el sexo y el género vinculado al mismo no están integrados. La femineidad hay que crearla perpetuamente, como el ser macho hay que rechazarlo siempre.
Para acceder a la realidad es necesario establecer vínculos psíquicos con el propio cuerpo y con los demás, pero en el transexual los vínculos con su cuerpo son inadecuados o están ausentes. Y respecto a los demás, el contacto es extraño, al no haberse identificado nunca con su padre, lo que le impide transferir. Los nexos entre el sexo y el género están cortados, pero si no son necesarios sino arbitrarios o sociales, el hombre no está vinculado a su cuerpo, y el funcionamiento sexual se ve perjudicado.
El transexual no tiene necesidad de una adecuación de su saber a la realidad; la seguridad de la evidencia es su único criterio y el género es trascendente y sustituye a la razón. Esta claridad es la del delirio que nunca duda ni tampoco pregunta. Sea cual sea la fuerza de una feminidad (género) que imita a la madre, la consciencia de una psique femenina perdida que se convierte en certeza (identidad de género) no puede establecerse sin conflicto. Estamos delante de una verdadera negación de la sexualidad que reaparece como erotización del odio al servicio de la identidad de género.
La aparición de la sexualidad es correlativa al proceso de masoquismo y autoagresión. Hay un primer momento en el que el niño es agredido y un segundo tiempo en el cual esta agresión se sexualiza y se vuelve erótica; este movimiento masoquista induce entonces una repetición en la cual el niño es a la vez sádico y masoquista, por medio del proceso de identificación, momento en que el dolor halla placer.
Masculinidad y feminidad
El rechazo de feminidad en el sentido de rechazo de un deseo puede ser una defensa contra la angustia de castración, una defensa contra la pérdida de identidad de género o un rechazo de una posición homosexual pasiva, y ser reprimido. Muchos hombres rechazan la feminidad a la vez que reprimen sus deseos de feminidad. Pero también muchas mujeres repudian su femineidad. La feminidad es objeto de repudio a la vez por parte de los hombres y de las mujeres. Se produce una desvalorización por la falta de pene. El clítoris es considerado como un pequeño pene y la vagina es objeto de desconocimiento o de represión. El desprecio no sólo procede del temor sino también de la envidia. Si el hombre teme ser castrado, es en función de su deseo de poseer a la mujer o de ser como ella. La femineidad implica la castración temida. De modo que el deseo de castración es distinto del deseo de feminidad.
El transexual debe alejar la duda a cualquier precio; tiene que distanciar el ser macho y la masculinidad, lo que le libera de la forma tradicional del complejo de castración. Su mito personal de un error de la naturaleza excluye definitivamente la aceptación de su nacimiento y su origen. Quiere crear él mismo su sexo y no acepta ser incompleto salvo si lo elige. Para él no se trata de ser bisexual, sino de perderse en la fascinación de la mirada del otro. El miedo a perder el género no tiene lugar; la creación del sexo constituye su garantía de género mientras que el sexo jamás es adecuado ni perfecto. Pone en acto la teoría sexual infantil según la cual la mujer es un hombre castrado. Da cuerpo al mito, pero no es útil, y no le basta creer que tenga un alma de mujer en un cuerpo de hombre, ya que la identidad retrocede sin cesar, sin poder escapar a su destino.
Complejo de castración
De modo que el transexual se castra para no sufrir angustia de castración, es decir, algo así como antes morir que perder la vida. Para evitar la angustia de separación, que supone abandonar la unión, la fusión o simbiosis ideal con la madre, renuncia a desidentificarse, y lo hace mediante la castración, y así conserva una ilusión que roza el delirio, o se instala en él. Para no vivir el proceso de desidentificación con todo lo que conlleva: odio, ambivalencia, seducción, represión, rivalidad, etc. corta por lo sano, y nunca mejor dicho.
Así que, teniendo en cuenta todo lo dicho, si algún transexual viene a consultarme su intención de llevar a cabo dicho proceso, mi postura será la de manifestarle mis dudas respecto a que el mismo vaya a proporcionarle la felicidad plena, transmitiéndole que ésta no existe y que es una ingenuidad peligrosa pretender conseguirla a cualquier precio.