Cada vez pasamos más tiempo conectados a internet a través de algún dispositivo, como ordenadores, móviles o tablets en entornos virtuales, mediante el correo electrónico, sitios web o en aplicaciones de redes sociales y mensajería.
Las redes sociales han modificado la forma en que nos relacionamos, siendo cada vez más dominantes. El mundo digital posee un enorme potencial pudiendo conectar a pacientes cuya dificultad para desplazarse sería insalvable no hace mucho y que hoy en día pueden tener acceso a servicios psicológicos, médicos y otros, a través de estos medios digitales.
Las relaciones virtuales nos permiten también sentirnos vinculados evitando el aislamiento y permitiendo compartir emociones, pensamientos y vivencias con desconocidos y amigos virtuales.
Adicción
Pero como en toda revolución, siempre hay riesgos para los más vulnerables, produciéndose efectos no deseados entre los usuarios que, aunque no sean culpa de los medios, sino del mal uso de los mismos, conviene tener en cuenta. Aislamiento social, alteraciones del sueño, el ciberacoso, la adicción y los foros que atentan contra la salud pública con imágenes corporales idealizadas. Todos estos riesgos más la incertidumbre que provoca lo desconocido hace que afrontemos semejante reto con respeto. ¿Afectará a las relaciones familiares, a la salud mental o a la socialización de nuestros hijos? Todos hemos visto a familias, parejas o grupos de amigos pendientes cada uno de su smartphone sin dirigirse la palabra.
Pero también aportan ventajas como cubrir la necesidad humana de integración y de establecer vínculos, suministrando el espacio comunitario en el que interactuar y compartir pensamientos, sentimientos y opiniones.
Socialización
Las redes sociales tienen ahora gran influencia en el proceso de socialización, permitiéndonos presentarnos en una determinada comunidad con una imagen modelada, pudiendo crear y compartir contenidos, etiquetando, valorando o criticando aportaciones, y permitiendo construir comunidades de intereses compartiendo y participando en ellas.
El acceso al universo virtual, corre el riesgo de minimizar aún más la influencia de la familia. Si los padres se muestran remisos a implicarse y participar en la vida digital de sus hijos, las redes sociales se convertirán en la influencia más relevante, carente de control, en los procesos de socialización. Así mismo, si el aprendizaje acerca de las redes sociales y a través de estas no se integra en el tejido educativo escolar, puede adueñarse de la educación incontrolada de los alumnos.
Atención
Algunos jóvenes tienen la capacidad de zambullirse en sus mundos virtuales y emerger al contexto familiar real utilizando medios digitales para hablar con el resto e intercambiar algunos bytes de información, antes de regresar a su mundo virtual. Cuando la capacidad de atención es tan reducida, las preguntas o explicaciones largas de los padres no son escuchadas. Se trata de apabullar al otro disparando más rápido, ametrallando más bien, con una sucesión de monólogos, mediante una colección absurdamente troceada de frases cortas como disparos, con la que se pretende dejar clara la rapidez y pericia del que escribe, eso sí, sin tener en cuenta la ortografía, la puntuación, y lo que es más importante, el contenido del mensaje, en la mayoría de los casos irrelevante. Tampoco importa mucho la respuesta del que lee.
Cuando se requiere una explicación o respuesta a una pregunta se consulta a Google antes que a los padres, obteniéndose la respuesta instantánea, en lugar de las respuestas largas de los progenitores, sin el esfuerzo del aprendizaje, sin coger un libro, sin disciplina, evitando el proceso madurativo de la reflexión.
La explicación de por qué son tan seductoras y adictivas las redes sociales es por la necesidad humana de sentirse conectado, vinculado y apegado. Los usuarios de las redes sociales afirman que éstas les permiten mantenerse en contacto con familiares, amigos y compañeros, aunque estén separados. La necesidad de estar en la mente de otros la mantenemos desde que somos pequeños, y los mensajes mantienen esa ilusión.
Autoestima
El miedo a dejar de pertenecer a la comunidad y quedar excluido de algún acontecimiento importante, así como la ilusión de ser alguien reconocido y seguido contribuyen a aumentar la autoestima. Formar parte del grupo exige estar en comunicación permanente.
Los smartphones se han convertido en nuestro mejor amigo, el que siempre está ahí y nos acompaña a todas horas, el que sabe toda nuestra vida y la retrata, y al que consultamos para todo. Nos entretiene y regula emocionalmente, llegando a ser como una droga que crea dependencia. No hace falta más que viajar en el metro y darse cuenta lo enganchados que estamos a dicho aparato.
Salud mental
Los medios digitales aumentan nuestra eficacia en la prestación de servicios, incluidos los de salud mental, pero también tienen inconvenientes, como el uso de nuestros datos cada vez que aceptamos cockies de los que nadie lee la letra pequeña.
Los niños aprenden su uso rápidamente, y se convierten en medios de transmisión de conocimientos. Es más rápido consultar a Google que a los padres. Llega a ser tan inquietante como lo pudo ser la invención de la imprenta para los antiguos.
El riesgo de la Inteligencia Artificial, de los “bot”, las fake news, la pornografía, el juego en internet, constituyen otros retos inquietantes de los medios digitales a los que conviene dar respuesta legal y técnica cuanto antes.
Terapia online
Pero la tecnología digital también nos permite hacer terapia online, con resultados similares a los que se obtienen mediante la terapia presencial. El confinamiento durante la pandemia del COVID nos obligó a adaptarnos a las circunstancias y fue una buena prueba para esta modalidad, que se saldó con éxito. Quedémonos con las cosas buenas y corrijamos las malas.